Me ha costado mucho trabajo coger la pluma y transcribir las líneas que siguen,
por que no se trata de plasmar un relato que la musa ha puesto a tu
disposición, no, es una reflexión que me ha calado hondo y que, en cierta
forma, va a cambiar mi vida. Es mi intimidad
El otro día, cuando íbamos unos cuantos compañeros de ruta por la sierra de la
Alfaguara, les decía que intentaran estar en silencio y ver el paisaje que se
extendía a sus pies. Un valle de vegetación con sus tonalidades verdes en una
inmensa gama, desde el más oscuro al más claro, y todo ello salpicado con
otros colores que se desprendían según la planta donde la luz del sol se
reflejara. Todo ello envuelto, bueno no, envuelto no, inmerso, en una atmósfera
de neblina presente, casi transparente, casi asible, que le daba al conjunto la
vida que ese paisaje desprendía. Les hacía hincapié que ese marco se
magnificaba cuando al frente, la sierra estaba nevada. Su blancura, casi
hiriente por el reflejo del sol, contrasta con esa neblina del valle y te embarga
una sensación de vida que no puedes percibir en otro lado. Es vida y no la
vives con frecuencia; es tan distinta a tu cotidianidad que crece el deseo de
disfrutarla.
Íbamos muchos para que el silencio fuese efectivo y también creo que lo que
yo describía era tan personal, que solo tenía el valor de anécdota. Cada uno lo
vería de una determinada forma y le llegará como vivencia diferente. La belleza
existe, pero la percepción de ella es diferente a cada individuo.
Siempre he disfrutado de la naturaleza y son muchos los sinsabores y
problemas que se han aliviado solo con su contemplación. La vida me ha sido
más llevadera desde que empecé a internarme en esos bosques de
repoblación, a observar el rastro de los jabalíes en su búsqueda de comida, en
la ardilla correosa y ágil, en el paisaje, casi marciano, de nuestra sierra y por
eso el ir con muchos compañeros no era el mejor disfrute para mí. Solo era
enseñar mi felicidad a los demás. ¿Egoísmo puro?. Tampoco es eso, compartir
lo que te gusta con los demás y de forma gratuita, es parte de mi concepto de
vida. Esa era mi intención. Pero si hoy doy las gracias a todos es por el gran
descubrimiento que he realizado en mi interior. Cuando trataba de describir el
paisaje no encontraba las palabras para hacerlo porque yo era parte de ese
paisaje, veía diferentes colores, era yo esos colores, mi interior albergaba la
vida que se intuía allí abajo, yo era la atmosfera cargada y densa de esa
mañana, que sentía fresquita. La sierra, aún no nevada me arropaba y me
mandaba algún que otro viento fresco. Era el topillo, el jabalí. Nada me era
ajeno. Yo era parte de todo.
Esto me ha turbado y me ha hecho sentir sensaciones indescriptibles. Pero lo
que más me ha llamado la atención es que sintiéndome todo, lo que más me
llenaba era la conversación con mis compañeros de ruta. Escuchar y
conversar.
He descubierto que el compañero fulano hablándome de sus aficiones me
estaba diciendo que sentía añoranza de amistad; la compañera equis que con
tantas amigas sale y entra, está muy sola; que aquella que no deja de asegurar
lo sola que está, no es así, es simplemente que ya no impone su deseo al que
le rodea.
He descubierto que mis carencias las cubro con la presencia de mis
compañeros, que unos con otros, llenamos esos huecos que todos tenemos y
que muchas veces ignoramos y la mayoría no sabemos cómo cubrir. Es verdad
que la naturaleza me ha cambiado, me ha cambiado tanto que me he dado
cuenta de la necesidad que tenemos los unos de los otros. Esto no es un
concepto académico y abstracto, lo puede ser a otra edad, a nuestra edad la
necesidad es tan real que el que la rechaza enferma y con un poder de
contagio máximo.
Sí, he cambiado. He empezado a leer “Escuchar para ser” de Franz Jalics.
Quiero que mi relación con los demás sea una escucha para ayudar y ser
ayudado, en definitiva, para realizarme. Quiero ser naturaleza, pero también
complemento de mi compañero, quiero que me ayuden en mis deficiencias y
faciliten mi vida y yo con la mía, facilitar la vida de los demás.
Álvaro Ramos